Siempre nos quedará el Punk

Punk, Los Planetas

Punk. Movimiento musical y social de los años 70 cuya filosofía era no dar explicaciones y buscaba incomodar a lo establecido chocando, ofendiendo y molestando, siendo siempre lo «políticamente incorrecto» y lo opuesto al buen gusto, la moral y la tradición.

Mis hijos son punkies. Muchos padres descubrirán que también los suyos lo son. Seguramente acabaremos concluyendo que ser niño y punk es intrínsecamente lo mismo.

Cómo no verlo. El movimiento era claramente infantil. Los piterpanes de los 70. Cagarse (a veces literalmente) en la moral, las normas y todo lo establecido era su bandera.

Y esa es la que ondea en mi casa.

Relacionar el comportamiento de mis hijos con la cultura es lo mejor que me puede pasar. Me tranquiliza mucho pensar que lanzar las cosas por el aire, pintar las tapicerías (sólo las blancas, claro), o golpear la televisión con un piano de juguete son formas de expresión artística. Y cuando me canso de explicarles las consecuencias de sus comportamientos (como si les importara algo), me siento, rendida, a contemplar cómo crean libremente y utilizan el caos para modelar una increíble obra vanguardista.

Porque cuando mi pequeño esparce las piezas de Lego por todo el salón (y parte de la casa) no lo hace aleatoriamente. Claro que no. Tiene un plan artístico. Por eso se cabrea tanto cuando lo apartas en mitad de su hazaña. ¡Es que no lo había concluido!

A actitud punk, ¿respuesta autoritaria? No. Respuesta punk. Anoten el consejo de Los Planetas.

Estoy cansado de oírte protestar,
estoy cansado de oírte protestar.
Adelante chilla cuanto quieras,
eso no me va a imp
resionar.

Adelante grita cuanto puedas,
estoy acostumbrado ya.

En general, los padres no entienden esta fascinante relación entre la libertad y la capacidad creativa en las mentes de sus hijos pequeños. Tienden a constreñirlos y dirigirlos. ¡Solamente les dejan dibujar en un espacio concreto y a veces tan pequeño como una cuartilla, o les enseñan a recoger mediante canciones conductistas e infames, o no les dejan saltar sobre la cama hasta tocar el techo! Pero, ¡si son PUNKS! Y tarde o temprano explorarán lo prohibido por su cuenta.

La obsesión de mis hijos por lanzar el mando de la tele, vaciar la estantería de los CD’s, derramar las botellas de agua por el suelo, tirar las cosas al WC (menos lo que debe ir en el mismo), patalear cuando no consiguen lo que quieren, deshacer la ropa recién doblada o hacer añicos una galleta entre sus manos, es su forma de rebelión contra el sistema. No son malos, son punkies. Incluso lo podemos suavizar aún más: son niños.

A todo esto sólo le pondría un pequeñísimo pero, un problemilla minúsculo. El sistema contra el que se rebelan mis hijos somos Raül y yo. La madre que los parió. ¿O quise decir Raül y yo, la madre que los parió?

Poco importa. Seguimos dialogando con ellos e intentando el plebiscito en nuestra pequeña democracia doméstica. Pero siempre nos quedará asumir que necesitan liberar su gran potencial artístico de la manera más asombrosa posible. Más asombrosa y tocapelotas posible.